Yo vivo el hondo drama de muchos hombres buenos
que ya en la infancia aprenden y saben del rencor
y cruzan esas calles, como los pobres ciegos,
que solo se aventuran, la mano en el bastón.
La angustia tesonera, febril, mortificante,
la horrible incertidumbre, más cruel que la verdad.
Es todo cuanto tengo, que ya es tener bastante,
lo único que sirve de apoyo a mi orfandad.
¡Madre mía!
¿Cómo has hecho de mi vida
tal sendero de amargor?
¡Madre mía!
¿Qué motivos te indujeron
a negarme tu calor?
El secreto
de tu falta, lo respeto,
¿qué otra cosa puedo hacer?
Mi reclamo
es el ansia incontenible
de encontrarte alguna vez.
Yo soy uno de tantos, en la tragedia humana,
se curvan mis espaldas al paso del desdén.
Escucho que la gente murmura, nos señala,
y esquivo sus miradas culpando a no se quién.
Estigma en plena cara, baldón insoportable,
por qué, entonces, mi madre en ello no pensó.
Aquellas que abandonan sus hijos en la calle
merecen otro nombre, pero el de madre no.