Aquel cine de barrio de techo corredizo,
de pisos maltratados crujiendo por doquier,
porque un gato mimoso huía en los pasillos
de un pibe revoltoso que iba tras de él.
Aquel cine de barrio le dio a mi adolescencia,
las bellas opulencias de Sarli o de Leblanc,
en días de rabona de cándida inocencia
con algo de vergüenza sublime en el mirar.
Hoy es un gran complejo con 6 salas pequeñas,
de ambientes decorados al estilo francés,
butacas reclinables, el piso con alfombras
y una acomodadora que te parla en inglés.
Hay salas para homos, hay salas para heteros,
hay salas para lesbis, hay salas por demás.
¡Por Dios! ¡Qué no daría porque fuera de nuevo
aquel cine querido donde aprendí a soñar!
Aquel cine de barrio de 3 en continuado,
de miércoles “de damas”, de junio con Gardel,
de Muiño y de Catita, de Nilsson y de Favio,
y de una platinada sonriendo en el cartel.
Refugio acostumbrado de tardes de franela
con ratas a la escuela buscadas con ardor,
para sentir mi mano vibrar bajo su escote,
para sentir su boca besar con puro amor.