Siempre se ve solitario pasar
a un hombre que en la faz
lleva escrito el dolor.
Y el mirar tan rudo de su ser
me ha hecho comprender
su desdichado amor.
Pues lo sentí muchas veces gemir
y angustiado decir
su desesperación.
Y, tal vez por su melancolía,
él repetía
esta canción:
Doy al viento los dolores
que en la vida recogí,
porque han muerto los amores
que tuve dentro de mí...
Ella, de blanco vesida,
entró en la iglesia con él;
¡y yo, con el alma herida,
sollozando me quedé!
Cuando la vi, a mi lado pasar,
las lágrimas rodar
por mi cara sentí;
no pensé que pudiera tener
para otro más querer
que el que me tuvo a mí.
¡Amor traidor! ¡Amor loco y banal!
¡Yo quisiera olvidar
que me has hecho traición!
¡Que ya en mí la ternura se ha muerto
y tengo yerto
mi corazón!
Yo voy rodando... rodando
por las calles del pesar,
¡y ella, acaso, está gozando
de haberme hecho tanto mal!
Y ya que mi mala estrella
me conduce al padecer,
¡para no acordarme de ella,
mi cariño sepulté!