Che, Buenos Aires, yo te vi patio gigante en la niñez
cuando asomaba tu perfil en escenarios de papel;
después llegó la juventud, tímidamente te habité
hasta que un día quise más... y me quedé.
Mi Buenos Aires, te llamé, cuando bebí tu amanecer;
sin pretender, sin preguntar, reconociste mi soñar;
me hice ceniza en tu canción, perdí mi huella en tu ritual,
te echó la culpa el corazón de mi pesar.
Y entre tus calles me encontré caceroleando mi dolor,
marchando al centro de tu entraña rebelada;
en mi pancarta de cartón te convocaba una ilusión
con la impotencia y la utopía en el sudor.
Yo no te puedo prometer que acabará tu soledad
de pasajeros de ocasión que van trepando tu ansiedad;
apenas soy un alma más aprisionando libertad
mientras un tango se coló en mi intimidad.
Mi voz resiste a la impiedad de los que exhiben la global
costumbre obscena de ignorar lo que escasea en los demás;
te doy mis brazos y mi sed, me das tu magia de arrabal
y voy danzando por tu eterno carnaval.
Hoy mi semilla floreció con su presente de cristal
y pone nombre a los “fantasmas del pasado”;
se vuelve viento la quietud, se hace torrente la verdad;
me quedo acá, para luchar... en mi ciudad.