En la Singer trabajaba
de aprendiza bordadora
una piba encantadora
que mucha atención llamaba.
Era preciosa y estaba
siempre junto a la vidriera
como “exhibiendo” hacia fuera
para llamar la atención,
la hermosura de sus ojos
y a la máquina en cuestión.
Cachonquita le decían
en su casa a esta chica,
tan preciosa por sus ojos
expresivos de mujer.
Cachonquita repetían
los del barrio con cariño
cuando pasar la veían
en dirección al taller.
Pero un día Cachonquita,
olvidando su promesa
de mantener su pureza
y el respeto a su casita,
escribió con ligereza
a su pobre madrecita
una carta en que decía:
Aunque te cause dolor,
Madre, me voy para siempre
con el dueño de mi amor.
Desde entonces Cachonquita
de la Singer donde estaba
sin saberse... para siempre...
para siempre se perdió.
Y la madre... ¡Pobrecita!...
(Como todos los del barrio),
a la linda Cachonquita
nunca, nunca más la vio.