París,
febrero nueve,
querida amiga Renée,
te escribo mientras mi alma
está sangrando a mis pies.
Aquí,
afuera hay nieve
y hay nieve en mi corazón,
pero Renée seré breve,
porque hoy ha muerto tu amor.
Cuando dijiste, aquel día,
a Buenos Aires me voy,
comprendí que te perdía,
¡ay! Renée, de mi corazón.
Y ahora que arden las ramas
del árbol de la ilusión,
oigo en la puerta que llaman
los duendes de un nuevo amor.
¡Ya ves!, que todo muere,
querida amiga Renée,
te dejo porque en la puerta
están llamando otra vez.