Hoy me siento triste, torpe y raro,
abrumado por tu ausencia
que es, al fin, llaga y calvario,
junto al abismo de mi pena, duele todo;
no te olvido ni un instante,
¡sangra el alba y aún te nombro!
Ya no tengo amigos y me encierro
para hablar, solo en mi cuarto,
con mi almohada y con mis versos.
Con las manos vacías
y en un llanto de muerte
que sabe mi angustia, me voy de la vida.
Con las manos vacías
de las tuyas, ausentes,
postrado a mis ansias, mi fe se hace astillas...
Y la lluvia golpea otra vez
—como tú, suavemente... hasta ayer—
en mi ventana... triste porque estás lejos
de mi vida y de mi acento,
de mi munto torvo y cruel.
¡Con las manos vacías
de las manos de Dios,
duelen más las heridas
que tu amor encendió!
Quién serás ahora por tu rumbo,
por el vuelo despiadado
que forjó tu pobre mundo.
En el ocaso más oscuro y más sangriento
mi cabeza blanca llora
las mil nieves de su invierno.
Todo me fue adverso tras tus rosas
y si tuve algún halago
fue en tu adiós... espina y sombra.