Veníamos cansados de andar cruzando charcos,
tan huérfanos de amante, de pájaro y de luz.
Soplaron arrabales cenizas de otros barcos
y el cuerpo del otoño bajaba de su cruz.
Y en medio de la noche temblaban mis harapos
mojados de ginebra, de olvido y soledad,
después se abrió tu risa, colmena del verano,
la esquina tuvo un ala de larga tempestad.
Y cerca tu mano con fuego de estrella
corría la tela de un tiempo feroz,
detrás estallaban las flores de niebla,
los tigres de ausencia de un alba de horror.
Y un negro capullo de luna siniestra
tiraba en tu falda su chispa mejor
¡y toda la noche con tajos de fiesta
me abría en los huesos tu calle de amor!
Traíamos la audacia de estar pisando lunas,
tramando en las esquinas un tiempo para dos,
revientan en la noche jazmines que no duran
y un vértigo de ausencia martilla al corazón.
Y en honda madrugada zarpaba a la aventura
subiendo a tu sonrisa tallada por la sal,
más tarde abrió mi espera poblada de ternura
los labios de la noche que ladran si te vas.