Alrededor de la mesa
lista está la muchachada,
palpitando su parada
cada cual con su ilusión.
Y entre el humo de los puchos
se van jugando sus dichas,
y el ruidito de las fichas
les golpea el corazón.
Entre el baraje del naipe maula
mueven los labios, con voz muy baja,
como si hablaran a la baraja,
como si hablaran junto a su amor.
Barra timbera, barra querida,
como me gustan esos varones
que se devoran como unos leones
con ansias fieras al tallador.
Alguno más precavidos
va jugando con medida,
achicando la partida
cuando llega la ocasión.
Y entre pinta y contrapinta
cruza el pálpito fulero,
que despierta en el timbero
el alma de tiburón.
Haciendo alarde de su guapeza,
con mano firme, leal y prolija,
salta el más taura y se juega en fija
a una carta con todo amor.
Todos atentos, muchachos locos,
que en esas noches, largas y frías,
se juegan todas sus alegrías
contra la suerte del tallador.