Me dices que lo deje marcharse, madre mía,
me dices que no piense ya más en ese amor,
que si después de amarlo tan hondo, me traiciona,
¡no es digno ni siquiera de que le diga adiós!
Se ve que ignoras todo lo que en el alma siento,
se ve que no comprendes mi pobre corazón,
yo sé que es un ingrato, que busca otros quereres,
mas, para maldecirlo no quiero tener voz...
Dejame con mis penas,
dejalo al corazón:
él sabe lo que hace,
¡dejale su dolor!
Dejame que suspire
por el perdido amor,
si él fue tan inconstante
¿por qué he de serlo yo?
Dejame con mis penas,
¡dejalo al corazón!
¡Que sea de mi vida
lo que disponga Dios!
No le deseo males,
ni siento en mí rencor.
¡No sabe de venganzas
el verdadero amor!
Yo sé que nunca, nunca habrá paz en mi vida,
yo sé que nunca, nunca he de reír al sol,
y sé que ya en mis labios no habrá más que suspiros,
y sé que ya en mis ojos no habrá más que dolor.
Mas el que tanto daño llevó a mi pobre alma,
no puedo aborrecerlo, ¡de ello es testigo Dios!
Dejame madre mía, dejame con mis penas.
¡Tal vez él algún día comprenderá mi amor!