Todo está igual, nada ha cambiado,
el mismo patio, el mismo sol,
la misma hiedra que al igual que mi esperanza
en la ausencia fue creciendo conservando su verdor...
Tan sólo yo vuelvo cambiado
traigo el tormento de vivir,
tengo clavado en mi pecho el desencanto
y mi corazón de pena, desangrándose al sufrir...
¡Mi vida... hablame!
Decime por lo menos que me odiás.
Pero no estés así callada, indiferente,
porque me mata tu frialdad...
Contame... tus penas,
vení, no me guardés tanto rencor.
Que necesito del calor de tus ternuras,
de tus caricias y de tu amor...
Recién comprendo todo el daño
que mi abandono te causó...
¡Cuánto has sufrido!... Las arrugas dibujadas
En tu rostro son las huellas
de tu llanto y tu dolor.
He vuelto demasiado tarde
para poderte consolar.
Me voy llevando este cargo de conciencia
de saber que ni siquiera
me has podido perdonar...