Era un mediodía bajo el sol de enero,
se asaban mis hombros en el carretón,
cuando del camino surgió un forastero
que al pago venía cansado y tristón.
Le ofrecí a traerlo y el hombre cumplido
me alcanzó, buen criollo, tabaco y papel.
Charlamos pa’hacernos más corto el camino
supe así su vida y quien era él.
Me habló de una moza de aquí, de estos pagos,
que fuera, otro tiempo, su fe y su querer.
La dejó tentado por otros halagos
venía a buscarla, su nombre era Esther.
Me dijo: "Paisano, me llamo Don Naides
y vuelvo vencido buscando un querer.
La dejé una noche, como un miserable,
¿quién sabe dónde anda la pobre mujer?"
Hay que estar curtido, compadre le juro,
Pa’aguantar callado lo que oí decir.
Hay que ser de piedra, del fierro más duro,
pa’quedarse en duda, matar o morir.
Si la que él buscaba mi china había sido
que hacía dos meses, dos meses nomás,
que pa’l campo santo se me había "juido"
de un mal que la "cencia" no supo curar.
Y ahí nomás bajamos, facones en mano,
me miró con rabia, resuelto el varón.
Madrugó Don Naides, certero y baqueano,
y sobre el camino rodó mi facón.
Después sollozando me dijo: Compadre,
los dos la quisimos pero "aura" es de Dios.
El alma ‘e la muerta cruzó por el aire
y nos abrazamos llorando los dos.