Yo vi llegar al muchacho
por vez primera al Pigall
con el rostro vivaracho
de la edad primaveral.
Desparramando alegría
y derrochando salud
entrar con él parecía
en aquel antro la luz.
Y aquel muchacho arrogante
que aún en sus labios latir
sentía el beso que amante,
le du su madre al salir,
tuvo la desgracia inmensa
de que clavara Margot
en él su mirada intensa
que al mozo lo hipnotizó.
Desde aquel instante
el pobre muchacho
de amor y deseo
sintióse borracho
y el beso de fuego
que le dio Margot
el que antes la madre
le diera, borró.
Fue aquel un beso de muerte
que le envenenó su ser
quedando ya esclavizado
por la funesta mujer.
Perdió el pobre la carrera,
perdió el pobre la salud
y malgastó en pocos años
su dote y su juventud.
En vano la pobre madre
al hijo quiso salvar
mas ni con besos ni lágrimas
logró volverlo al hogar.
Los vicios le destrozaron,
y un triste despojo fue
lo que a aquella pobre anciana
le devolvió el cabaret.
Ayer le enterramos
Margot lo ha sabido,
su rostro de esfinge
ni se ha conmovido…
¡Pobrecito mozo!
Bien caro pagó
el beso de la muerte
que le dio Margot.