Nací en un barrio pobre de casas sencillas
de patios con malvones y olor a jazmín.
Humildes ventanitas, faroles de esquina,
pero de gente honrada, modesta y feliz.
Fui dueño de una chata con dos percherones
y un zaino cadenero de estampa ejemplar,
pintada de celeste, lucía el renombre
con que la muchachada me supo adornar.
Yo soy, yo soy,
El Picaflor del oeste.
Todo un señor,
aunque decirlo me cueste.
Sencillo voy
porque conservo ese rango,
del tiempo flor,
cuando era tango mi tango.
Yo soy, yo soy,
un tipo bien conocido,
embajador
de aquel pasado florido.
Y estoy,
penando por un olvido
que no ha querido consolar
mi corazón.
Las cinco de la tarde marcaban la vuelta
y enderezaba el tranco para el corralón.
Y mientras descansaba, con las riendas sueltas,
iba silbando un tango sencillo y dulzón.
Después los matecitos, de tan cariñosa,
cebaba la viejita, de mi corazón,
prendían la llamita de una milagrosa,
ternura que embriagaba de dulce emoción.
Yo soy, yo soy,
El Picaflor del oeste.
Todo un señor,
aunque decirlo me cueste.
Sencillo voy
porque conservo ese rango,
del tiempo flor,
cuando era tango mi tango.
Yo soy, yo soy,
un tipo bien conocido,
embajador
de aquel pasado florido.
Y estoy,
penando por un olvido
que no he podido arrancar
del corazón.
Yo soy, yo soy,
de un tiempo que ya pasó.