Daba gloria ver sus ojos cristalinos
bajo el arco de unas cejas sin igual,
esos ojos tan extraños, tan felinos,
que alentaban todo el vértigo sensual...
Daba gloria ver sus labios encarnados
simulando un palpitante corazón:
mas, sus labios y sus ojos endiablados
sólo amaban la vanal ostentación.
La joyas poblaban
su imaginación
de mágicos sueños
que eran su obsesión.
Su hermosa garganta
ansiaba ostentar
las perlas más caras
de un fino collar.
Mi escaso dinero
no pudo vencer
la loca codicia
de aquella mujer.
Y al ver mi pobreza,
burlando mi amor,
me hundió en su desprecio
con hondo rencor.
Mas, no pude conjurar aquel embrujo
que la ingrata con su falso amor causó,
y anhelante, de sus besos al influjo,
su perdón mi corazón le suplicó.
Pero, al ver que su codicia fuera tanta,
que ni al grito de mi angustia respondió,
locamente, fui forjando en su garganta,
con mis manos, el collar que tanto amó.
Mis dedos crispados
rodearon aquel,
su cuello esculpido
por sabio cincel,
sus ojos felinos,
de brillo sensual,
se fueron cubriendo
de un velo mortal.
Mas yo, enceguecido,
tan sólo apretar
ansiaba, gritando:
¡He aquí tu collar!
Y tras su postrero,
terrible estertor,
¡dejé entre sus labios
un beso de amor!...