En la misma esquina donde los Castillo
(don José González y el gran Catulín),
amasaron tangos entre la argamasa
de aquel viejo ciego y un dulce violín.
En la misma ochava donde Homero Manzi
se entregó a un romance de barrio y carmín,
anda tu fantasma de padre y amigo,
espectro furtivo que ahuyenta el esplín.
Por Pavón o por Garay,
por Chiclana o por Danel,
va tu estirpe de varón,
va tu risa a lo Gardel,
va también tu corazón.
Tu ternura y tu emoción
-que jamás han de morir-
viejo mío, ¡están aquí!:
yo las puedo percibir
en tu barrio como en mí.
En los alfalfares del viejo Boedo
se anidó el recuerdo y vino hacia mí,
para que escapando del rondín regresen
pelotas de trapo y tu alma de wing.
En el mismo barrio que Julián Centeya
amarró a la estrella de Discepolín,
vuelve tu palabra de padre y amigo
-filósofo ungido en un cafetín-.