Soy aquel que conocieron,
bailarín de los mejores,
cuando el tango era una ciencia
muy difícil de aprobar.
Con un ocho no alcanzaba
pa’ rendir el suficiente,
en el aula embaldosada
de algún patio del arrabal.
De esa escuela milonguera
nació el tango abacanao,
de polaina, gacho y lengue
fue a coparse la ciudad.
Si hasta la calle Corrientes
ensanchó bien sus pulmones
al oler agua florida
y frescura de percal.
Tiempo de escuela de tango
en los barrios orilleros,
un dos por cuatro silbado
bajo un farol esquinero.
Corralón, patios, parrales,
son postales de otros tiempos,
pero al compás de los fueyes
late el alma del porteño.
¡Dame cancha Buenos Aires,
que el tango vuelve triunfal!
Vos pebete de esta hornada,
tan alegre y bullanguera,
que ignorás al Buenos Aires
de antes de la Diagonal,
arrimate un cacho al viejo
y pedile que te diga
que hay de cierto en lo que cuentan
los porteños de verdad.
Y después que te lo cuente
yo me juego la cabeza
que en el nuevo dos por cuatro
vos también te anotarás.
Pa’ que nunca se nos pierda
esta historia tan querida
con olor a agua florida
y frescura de percal.