Fue Juan Sin Ropa un pobre paisano
que abandonó cierta vez sus tristes pagos,
y por buscar en su vida más halagos
se encaminó derechito a la ciudad.
Pero la urbe comenzó a marcarlo,
llegó la noche y la luz lo encandilaba
y tanto ir y venir lo aturrullaba
perder la noción de la verdad.
Pero una vez una mujer
que por su lado vio pasar,
de golpe lo hizo despertar
como si volviera a nacer.
Él un piropo le largó
pero ella, con indignación,
de gaucho bruto lo calificó
y lo avergonzó sin compasión.
Y Juan Sin Ropa al verse humillado
por la mujer que creyó ser una Diosa,
juró que al fin llegaría a ser su esposa
aunque después se tuviese que matar.
Y desde entonces trabajó tan fuerte,
que poco tiempo después ya figuraba
en lo mejor del comercio y disfrutaba
de admiración y de un regio bienestar.
Y cuando de nuevo encontró
a la que lo trató tan mal
le dirigió un piropo igual,
pero ella graciosa sonrió.
Se hizo, entonces, conocer...
Ella se supo disculpar
y en esa forma pudo conquistar
el gran corazón de una mujer.