De mi alma brotan al verte,
luz pobre y envejecida,
mil recuerdos de tu vida
como una dulce ilusión.
Cuando jugábamos juntitos
en el patio del conventillo
me pediste el anillo
pa’ jurarnos nuestro amor.
Recuerdo aquel vestidito
que realzaba tu figura,
ajustado en la cintura
la pollerita de percal,
las medias negras de seda
los flamantes zapatitos
y hasta los pasos cortitos
que dabas al caminar.
Entonces sólo los tangos
los tocaba el organillo
y en el patio del conventillo
los sabíamos bailar.
No existían garçonier,
no había autos, ni morfina,
ni éter, ni cocaína,
ni whisky, ni cabaret.