Ha sonado la campana
en la escuela de mi barrio,
de las clases van saliendo
los pebetes al compás;
en la calle se amontonan
las sirvientas y mucamas
y el viejito masitero
suena el chifle en el portal.
El tropel de chiquilines
va inundando la vereda,
las llamadas y los gritos
se perciben por doquier,
mientras Febo con sus rayos
ilumina delantales
y en el cielo reverbera
el azul del pabellón.
La maestrita que va sola
por las calles del lugar,
añorando los instantes
de un romance sin igual,
descubierta la cabeza
ostentando dos cucardas:
desafía las melenas
y el peinado a la garçón.
¡Oh, dulce maestrita!,
ligera y precoz,
los pibes te quieren
te siguen en pos.
Y toman tus manos
con todo candor.
¡Oh, dulce maestrita!,
ligera y precoz.