La ciudad bosteza,
de pena y placer
envuelta en las sombras
del anochecer...
Campanas de bronce,
las voces de Dios,
anunciando "la Novena",
se oyen cual deber sagrado
con su toque acompasado,
de oración.
Viejitas y muchachas, desfilan hacia el templo,
consuelo de las almas, que descansan en paz.
Hilvanan un rosario de penas y recuerdos,
de hermanos, padres, novios que ya no volverán.
Los fieles de rodillas elevan hacia el cielo
plegarias a la Virgen y súplicas a Dios,
y mientras en voz baja dicen avemarías
el padre "sermonea" desde el Altar Mayor.
En un rincón del templo, hincada y sollozando,
una viejita humilde que llora de emoción...
Son lágrimas de su alma las cuentas del rosario
y es infinita angustia la de su corazón...
Respetan esa pena los que saben la historia,
y en su dolor sagrado repite en la oración:
¡Señor...! ¡yo tuve un hijo...! pero vino la guerra...
Me lo pidió la patria... y nunca más volvió!
Lo esperó con ansias
en su soledad
y con su retrato
se ponía a llorar.
Lo esperó con ansias
pero no volvió.
Los que han vuelto le contaron
que en la guerra lo mataron
abrazado a su bandera,
con valor.