A Horacio Ferrer
En el barrio del perfume a otoño
las palabras se han enamorado
de un poeta con claveles rojos
y caprichos de ángel desvelado.
Pero cuentan que este amor en llamas
no nació por su decir mundano,
por su pinta o por su voz de langa,
las razones fueron sus dos manos.
Las manos de Horacio
se ocultan en poemas trasnochados
invaden territorios nunca vistos
y brindan con el vino bienhechor.
Las manos de Horacio
se arrojan a los pies de la poesía
y suben por debajo de su falda
buscando los secretos del amor.
Se aferran a la magia irrespetuosa
de un tango encadenado en dios menor.
Con sus manos de las dos orillas
desmenuza voces ilusorias,
acaricia, aprieta, rasga y brilla,
y hasta escribe, aunque esa es otra historia.
Y en las noches de café y nostalgia
cuando el alma es un confín cercano
se arrincona en la ciudad que lo ama
y chamuya versos como manos.