Palomas nocturnas con alas de tango,
cruzaron el fango como el gran salón,
las vieron en turbios fondines del Bajo,
y en Londres, Bruselas, París, Nueva York.
Algunas cantantes, las otras poetas,
y muchas milongas diqueras también;
les dijeron grelas, percantas, pebetas,
pero es el de tangueras su nombre de ley.
Tangueras...
de Maroñas y Saavedra,
de Pocitos y Pompeya,
de La Unión y Balvanera...
Tangueras...
con oleaje en las caderas,
en los ojos una hoguera
y pasión arrabalera...
Tangueras...
que detrás de la quimera
dolorosa del amor,
van dejando piel afuera,
enredado en las polleras,
en un tango el corazón.
Hermanas del canto, hermanas del fueye,
capullos de seda por la gran ciudad:
el tango es del mundo por ser tan de ustedes
en alma, ternura y sensualidad.
Las vieron bailando la danza prohibida
—bien sé que a escondidas— por mil nueve diez,
las verán poniendo en tangos la vida,
en Marte y en Saturno por el dos mil cien.