Para el Bar Los Laureles, de Barracas,
por su perfil de vino tinto y almacén.
La voz que va buscando por las cuerdas
el rastro de algún beso en la guitarra
parece un corazón que se desangra
dejando su dolor sobre las mesas.
Ya siento por el aire ese perfume
que sale de los tangos cuando duelen,
parecen mariposas que se vuelven
del fondo de los vasos a las luces.
¿Qué fuego tienen fija los cantores
que sacan de los buches sus leyendas?
Hay besos que embarcaron en la noche
y hay labios que se mueren de tristeza.
Su chispa ya se apaga lentamente,
parece que ha incendiado sus amarras,
por algo es que los vinos tallan fuerte
y rueda un corazón en la guitarra.
Dolor que espera siempre calle afuera
pidiendo algún zarpazo del olvido,
bien sabe que el amor naufraga en vino,
que el viento sopla igual en la comedia.
La voz de los cantores llueve infiernos,
tatuando su verdad en los manteles,
el bar es otra herida que nos duele,
y el sol es otro vidrio en el pellejo.