Atraído por la luz
de los cirios, Lohengrin,
desbordaba en melodías
que decían armonías
de dos almas hermanadas...
¡Hasta el templo contagió
la emoción ceremonial!
Mas, pasaron los instantes
y sus ojos, anhelantes,
no lo vieron llegar...
Cual rosal que agostó, glacial,
la tormenta de nieve
y lentamente muere
sin brotar.
¡Ella!,
la que fuera en su pureza
todo un canto de belleza,
nada sabe, nada quiere,
es un himno a la tristeza:
nada es ya
y está sin rosas su rosal.
Ha cambiado el blanco tul
por crespones de dolor
y en sus tristes ilusiones
hoy acusa lagrimones
como a hijos de sus penas.
¡Noviecita que truncó
el poema de su ideal,
en aquel preciso instante
cuando, toda palpitante,
llegaba hasta el altar!