Nuestro arrabal
era de sueños y glicinas,
sin pretensión
puso perfume de malvón
en nuestra esquina.
Sólo nos quiso cobijar
bajo tu cielo de zaguán
en el momento inaugural,
que alguna lágrima rodó sobre mi piel.
El arrebol de aquella tarde
se instaló en tus mejillas,
y mi emoción buscó calor
en la inocencia de tus manos.
Después la vida hizo lo suyo
y las veredas sin final
junto a los árboles amigos
y aquel cielo de zaguán
no existen más...
Cuando la lluvia vuelve triste a la ciudad,
a contraluz de aquel ayer suelo llorar.