En ésas, tus viejas canchitas de tierra,
fui Rendo y Onega, Artime y Verón.
El alma mecía en el travesaño:
el mundo pendía de un grito de gol.
Y bajo tu bella y añosa arboleda,
Parque Avellaneda, la ví suspirar,
después de aquel beso primero y profano
—regalo temprano de la pubertad—.
La vida que pasa
es como una rueda;
te lleva, te lleva,
en loco girar.
De aquello vivido
¡qué poco ya queda!
Parque Avellaneda...
sólo recordar.
¡Vamos, viejo Parque!,
sigamos girando,
tal vez recordando
la vuelva a encontrar,
y envuelto con ella
en sus brazos míos,
me cubra del frío
de la soledad.
Los duendes paganos copaban Lacarra,
y junto a la barra, en el Carnaval,
en todas las casas armaban la farra,
de murga y comparsa, de baile y disfraz.
Tu cielo alcanzaba mi fiel barrilete,
y el mundo le abría camino a tu tren.
Sus ojos buscaban mi amor de purrete,
sus labios reían de mi timidez.