La tarde agonizaba, la noche se aproxima,
de un templo las campanas llamaban para orar.
Cuando una joven triste, de rostro demacrado,
con gesto resignado se inclina ante el altar.
Hay un profundo dolor
en su palidez mortal.
Sus ojos dicen claro
que lloran sin cesar.
¡Ruego...
por el hombre que yo quiero!
Dice...
con amargo sinsabor.
¡Ruego...
por su vida que es mi vida!
¡Ruego...
esta plegaria de amor!
¡Ruego...
por el hombre que me ha dado!
¡Ruego...
por quien no podré olvidar!
¡Lloro!
Porque ahora me lo quitas,
para
toda una eternidad.
La noche silenciosa tendió su negro manto,
el templo, solitario parece ya quedar,
cuando una triste queja se escucha en el espacio
que dice sollozando: Piedad, Señor, piedad!