En una cortada dos taitas malevos
en un entrevero tienen que aclarar.
Es cosa de hombres jugarse la vida,
el pleito es Lucía, flor del arrabal.
Sola de testigo la luna en el cielo,
con función de duelo, muy pálida está,
con su luz plateada, tristona y serena,
espera con pena, el bravo final.
Se cruzan los fierros
buscando la herida,
que arranque la vida
a uno de los dos.
Miradas de fuego,
cual puma salvaje,
el odio, el coraje,
Lucía es su honor.
No siendo un resuello
la suerte esta echada,
pues en la topada
cayeron los dos.
Y el último rezo,
en cruel agonía,
nombran a Lucía
con un triste adiós.
Los bravos varones, con tan poca suerte,
heridos de muerte desangrándose están.
Y llora la luna, detrás de una nube,
y dos almas suben para descansar.