A qué decirte aquella historia
si al recordarla sé que me hará daño.
Si ya se va perdiendo entre los años
como mi ser cansado de vagar.
Sabrás que mi alma idolatraba
una mujer que, como vos, tenía
en su mirar ardiente la alegría
que borra el llanto de hondo pesar.
Por su amor, era gaucho noble y leal,
sin más leyes que el deber, que mi pingo y mi puñal.
Que ella fue de mis ansias la ambición,
y por ella demostré, mis instintos de varón.
Cuando vi que en su cara hecha una flor,
aquel gaucho torpe y cruel, su rebenque le cruzó.
Y al mirar esa infamia comprendí,
que jugaba con mi honor y en iras me encendí...
Maté, sabés, que fue peleando,
de frente a frente,
acero contra acero,
que no temí perder todo mi cuero,
en la jugada altiva del amor.
Después, pasó muy poco tiempo,
en que yo andaba errante por el llano,
cuando me habló en voz baja un buen paisano,
y este secreto me reveló...
Que al saber que del pago me alejé,
agobiado de dolor, para nunca más volver,
la mujer que fingía que me amó,
olvidando mi querer, hasta el rancho abandonó.
Pero así, desde entonces sin más luz
en mis ojos, que el fulgor de mi muerta juventud,
mi querer por el llano donde voy,
comprobando en mi sufrir que un triste paria soy...
Sabés que aquella triste historia
que al recordarla sé que me hará daño.
Si ya se va perdiendo entre los años
como mi ser cansado de vagar.
Sabés que mi alma idolatraba
una mujer que, como vos, tenía
en su mirar ardiente la alegría
que borra el llanto de hondo pesar.