Aquí donde me ves me da lo mismo
que digan que esta vida no merezco.
Que ladren que nací en un conventillo
y que un baldío gris fue mi colegio.
Que tuve que salir a laburarla
mucho antes de saber lo que era un beso.
Que supe del traidor y del balandra
aún antes de aprender lo que era un sueño.
Aquí donde me ves,
no puedo comprender
porque se ocupan tanto de mi vida.
Me envidian lo bacán,
mi suerte en el amor,
mi forma de bailar,
mi fama de cantor...
Aquí donde me ves,
con toda sencillez,
te bato un pedigrée de lo mejor:
me bulle sangre azul de cielo y callejón
—prosapia de porteño y de varón—.
Aquí donde me ves no me interesa
si aceptan o rechazan mi destino.
La suerte me la hice laburando.
El mango me lo gano con lo mío.
Y el día que la mano se termine
y no queden más cartas en el mazo,
me iré jugando el resto en la partida:
no es de hombre andar temiéndole al ocaso.