Corta el silencio de aquel suburbio
las notas tristes de un bandoneón
y ese quejido, triste y lloroso,
semeja el llanto de un corazón.
Y allá, a lo lejos, un organito
desgrana notas de un milongón
mientras la noche cubre cual manto
ese retazo de población.
Esas notas se callan de pronto
y una voz de mujer se hace oír,
es aquella continua que gime,
los que cruzan sin pena el vivir.
Yo fui la reina del suburbio,
yo fui la estrella del Pigall,
yo fui la paica más papusa
que otrora viera el arrabal.
Viví contenta con mi dicha,
soñé un mundo de placer,
hoy sólo sufro el desengaño
que trae consigo el padecer.
Es mi destino horrible infierno
que va matando toda ilusión,
y ya mi vida se va extinguiendo
en esa calle de población.
Por eso busco aquí un consuelo
para que calme a mi aflicción,
entre las notas del organito
y los quejidos del bandoneón.