Era un payaso alegre, ella, la más divina
ecuyére del circo; él, bello y soñador.
Después de las piruetas y los saltos mortales
la luna, ¡cuántas noches los vio jurarse amor!
En su larga odisea de risueños juglares
siempre juntos llegaron y se fueron así,
las nubes no empañaron el cielo de su dicha.
Era un payaso alegre, ella tierna y juvenil.
Pero
fue un día al circo un estanciero,
quien con su apellido y su dinero
dichas y goces le ofreció.
Ella,
tan ambiciosa como bella,
desechando los caireles
y los falsos oropeles
al payaso traicionó.
Recio,
adivinando el cruel desprecio,
subió sonriendo hasta el trapecio
pero allá arriba sollozó.
Rara
la mueca fue de aquella cara,
embargado por la pena
saltó ágil y en la arena
quedó tendido el Pierrot.
Y allá, tras la carpa, la ecuyére ambiciosa,
en brazos del magnate se dispone a partir.
En el camino largo las dos sombras se pierden
mientras lloran los niños al payaso gentil.
Aquel que fue en el circo la risa y la pirueta,
aquel que la tristeza curó haciendo reír...
¡en la arena gloriosa, donde cosechó flores,
el ídolo vencido se resignó a morir!...