Llegó un abril de vientos y mareas
montado en el pescante de una noria
y se largó a la mágica tarea
de inaugurar un tiempo y una historia.
Después de confirmar que hacían falta,
fundó el zaguán y un circo milagrero,
pintó un graffiti en la pared más alta
y organizó un picado en un potrero.
Anduvo errante como un dios porteño
entre voces, silbidos y piropos,
se enredó en amoríos con empeño
y confundió al artista con el loco.
Heroico fundador de la alegría
de buenos tiempos y otras emociones,
como un amanecer, desde ese día,
una ciudad regala corazones.
Buscó gorriones en los arrabales
y convocó a Tenorios y Malenas,
organizó un bailongo en carnavales
y desafió al olvido y a las penas.
Se fue una tarde y les pidió una cosa
a unos cuantos vecinos trasnochados:
que cuenten esta historia mentirosa
los poetas y los enamorados.