Te encontré gritando en un tinglado,
¡qué mísera tu vida!
Eras un fantasma disfrazado
con harapos de ilusión.
Muerta en esa vida cruel y absurda
humo, tu esperanza y tu canción,
entre los aplausos y las burlas
ya sin juventud ni corazón...
Yo, desde una mesa te escuché
y al fin entre unas copas, te lloré.
Me fui, llevando atrás
como una sombra,
tu voz, que no era más
que un grito atroz...
¡Un grito atroz
aullando en esa voz!
Culpando sólo a Dios...
¡a Dios, por tu fracaso!,
cuando el culpable era yo
que brutal te empujó
a vivir por vivir, ¡hasta morir!...
Fue como un puñal que me buscara
tu voz, amarga y ue como el pasado que gritara
¡revolviéndose en su horror!...
Sé que en vez de huir cobardemente
lejos de tu desesperación,
yo debí arrancarme ante la gente...
¡yo debí arrancarme el corazón!
Pudo más el ansia de vivir
que vos, que tu miseria y tu sufrir.