Hará como tres semanas
que un paseandero mistongo,
me invitó para un bailongo
en el barrio de las ranas.
Las principales bacanas
de toda la población
se fueron a la función
de lo lindo enfaroladas,
porque habían sido invitadas
con tarjetas de cartón.
La orquesta se componía
de bandoneón y guitarra,
porque esta era una farra
de las que muy poco había.
Cada bailarín tenía
en el baile su fulana
o mejor dicho su dama,
pa’ desempeñar un rango
y poder bailar un tango
pero muy de la banana.
Los músicos empezaron
y el que hacía de bastonero,
le brindó a cada ranero
una mina y se largaron.
Los acordes resonaron
del bandoneón armonioso,
cada moza con su mozo
salieron como pegaos,
porque el baile había empezado
con un tango perezozo.
La fiesta en orden seguía,
todos guardaban respeto,
pero empezó a hacer efeto
el kerosén que servían.
Un pardo chispeao que había
gritó: Que cante un cantor,
mi compadre es payador
Y le dijo: Tome usted
la guitarra y cantemé
unas décimas de amor.
A la linda Josefina
una canción cantelé
y algo también digalé
a la Parda Filipina.
Déjese de esas pamplinas
la Negra Rosa gritó
y el pardo lo que advirtió,
que le daban poco corte,
saltó como por resorte
y el bochinche allí se armó.
Como una luz de ligero
el Pardo un brinco pegó
y enseguida resbaló
de la cintura un talero.
Ahí nomás a un bochinchero
le acomodó un garrotazo
y a otro le dió un zurdazo
y la negrita Pacheca
gritaba: Déjenla seca...
y le acomodó un sillazo...
Carlos Gardel - Un bailongo