Un carro sin nombre soporta la carga,
y obedece al brazo pegado al cordón;
la moneda es corta y la pobreza larga,
en el nuevo siglo de barro y cartón.
El cielo y la calle son pan y basura
desde un horizonte de tren y camión;
el asfalto hierve y el reloj apura,
la mano, la suela, la respiración.
Un sueño de papel
y un mundo de cartón;
las marcas en la piel
y en la desilusión;
un sueño que se arrastra
y un mundo que se niega;
los brazos no se entregan,
se cuelgan del furgón;
la única esperanza
y el último vagón.
Doce horas grises ruedan a destajo
hasta la balanza para cada quien:
el fiel del destino siempre vuela bajo
como el sueño blanco preso en el andén.
Cuatro pesos veinte señala la cuenta;
es lo que cotiza para mal o bien;
el carro del siglo viene a marcha lenta:
el cartón y el barro esperan el tren.