Abrazada a las raíces de Versailles,
duro embate de los años resistió
esperando la carroza del rodaje,
maquillaje que en su entraña refugió.
El balcón del escenario fue la calle,
un revuelo hecho de cámaras y acción,
los pasitos de la vieja, el vecindario,
inventario de este barrio querendón.
La casa con su patio de baldosas dibujadas,
perfume veraniego en los retoños del jardín,
verdades y leyendas van de ronda a los recuerdos,
y aún sueña con la pieza convertida en camarín.
Pretexto fue la vida con su trama, sus dolores,
sus cálidos amores, un secreto que guardar,
enredos de familia divagando en la vigilia
y un jolgorio de velorio que jamás podrán borrar.
Hace tiempo en esa casa de Versailles
el grotesco bien debute se rodó,
mamá Cora, la abuelita revoltosa
un domingo, sin aviso, se esfumó.
Gran enredo entre ravioles y empanadas;
los parientes la creyeron espichar,
loca tarde de lamento y conventillo,
un ovillo que nos hace meditar.