(recitado)
En una lujosa vidriera del centro
el pibe veía dormir la guitarra.
Tan llena de notas,
tan llena de arpegios,
pero prisionera como su esperanza.
Esperanza loca de poder tenerla,
de clavar en ella sus dedos con alas.
Pero él era pobre, tan pobre y tan triste,
como los silencios de aquella guitarra.
Algo que es de Cristo lo impulsó al pequeño
a robar el sueño que tanto soñara.
Y cortando vientos y bebiendo calles,
jadeante de dicha, la llevó a su hogar.
La tarde de un barrio
se pobló de notas
y allí, en ese enjambre
de casa baratas,
un ángel artista
cantaba a su madre
entre los acordes
de aquella guitarra.
Cuando se aproximan los tres Reyes Magos
a rondar el bello jardín de la infancia,
pienso en cuantos pibes que miran de lejos
el sueño inconcluso de alguna esperanza.
Y pienso en la vida y en sus desniveles
y en el vuelo inútil de tanta palabra
que no llega nunca a rozar, siquiera,
a la blanca estrella de la cristiandad.
La tarde de un barrio
se pobló de notas
y allí, en ese enjambre
de casa baratas,
un ángel artista
cantaba a su madre
entre los acordes
de aquella guitarra.
“Pobre mi madre querida,
cuántos disgustos le daba.”
Y dicen aquellos
que saben la historia
que al caer la tarde
un barrio lloró.