Todo el barrio criticando contra mí se la pasaba,
que por qué no me casaba, que eso ya no puede ser.
Porque andaba en la garufa y era yo todo un demonio
le piantaba al matrimonio por el miedo a la mujer.
Cada rato mis hermanas, los muchachos de la orquesta:
“Por favor viví decente sin milongas ni café.”
Y siguiendo los consejos de toda la parentela
me engancharon una grela y al final me casorié.
Al principio, ¡qué dulzura!,
puros mimos, cariñitos,
me decia “cuchi cuchi”
y yo a ella “bomboncito”.
Todo iba viento en popa
hasta que un día al de la zurda
le dio por ponerse curda
y se acabo el cotillón.
Ahí nomás entró a tirarme los regalos del padrino,
con la olla de aluminio me emboco justo el melón.
Como a mí no me quedaba pa’ tirarle ni una cosa
me acerqué y le di una “torta” y el romance terminó.
Hoy estoy de nuevo en casa con la vieja bien tranquilo,
morfo, salgo y apoliyo y le doy al bodegón,
y al primero que me venga y me nombre al matrimonio,
¡lo juro por San Antonio que lo borro del padrón!