Violetita le llamaba
todo el que la conocía,
porque era pobre y tenía
la modestia de esa flor.
Que nacida en los jardines
y entre flores delicadas
pareciera destinada
para emblema del dolor.
No tuvo padres
ni tuvo amigos,
sola y sin rumbo
creciendo fue
y en una noche
de crudo invierno
buscó el refugio
del cabaret.
Fue desde entonces
la violetita,
flor preferida
para el ojal.
Hasta que un día
triste y enferma
llamó a las puertas
de un hospital.
Y en una noche de agosto
dejó de latir su pecho,
en aquel humilde lecho
que su cuerpo recogió...
Al tiempo que otra violeta
de un ramo, media marchita,
cayó sobre su carita
y en los labios la besó...