Soporté lo más que pude la mentira de tus besos
y callando mi tormento, mi amargura y mi rencor,
yo fingí que te creía, que por vos estaba ciego,
sin embargo yo sabía la miseria de tu amor.
Te di tiempo, mucho tiempo, para ver si vos cambiabas,
te encontrabas tan segura en tu engaño y tu traición,
que yo tuve que decirte lo que vos no confesabas
y poner en descubierto tu cobarde corazón.
Todavía,
con las manos apretadas
me pedís desesperada
que te tenga compasión.
Todavía,
me pedís que olvide todo
que no mate de ese modo
tu amargado corazón.
¿Te das cuenta?
Ya no estoy desesperado,
ya me ves como he cambiado,
y que no tenés perdón.
Yo bebí hasta el martirio la amargura de tu engaño,
y mis noches fueron largas entre insomnios y dolor.
Cada día era un delirio salpicado con tu daño
y he vivido soportando lo más malo por tu amor.
Pero hoy que estoy salvado del embrujo de tus ojos,
frente a frente y ya sin miedo te confieso sin rencor
que de vos nada me importa, no maldigo ni te quiero,
ya que nada, nada, existe de común entre los dos.