El barrio está todo vestido de fiesta;
las comadres andan dele cuchichear,
mientras en la casa más linda del barrio
se apresta la novia que se va a casar.
Su tul con azahares, y el regio vestido
con zapatos blancos completa el ajuar,
y aquella obrerita parece una santa,
que Dios eligiera para un lindo altar.
Mas dentro del alma de la noviecita
un cariño nuevo su nido ha hecho ya,
y anda por la casa sin hablar siquiera
con los invitados que llegando van…
La noche ha tendido sus negros crespones,
se encienden las luces de todo el lugar,
y hasta los purretes como enloquecidos
…¡padrino pelado!... gritan sin cesar.
Ya todo está listo para ir a la iglesia;
los padres y el novio esperando están,
sin que nadie sepa dónde se ha metido
la muchacha aquella que se va a casar.
De pronto una vieja, sonriendo maligna,
—que hace unos momentos acaba de entrar—
le dice a la madre que hace rato a su hija
con otro en un auto se mandó mudar...
Las luces se apagan… las gentes se marchan...
el barrio en silencio ha quedad ya,
tan solo en el cuarto de aquella obrerita
la madre contempla tirado el ajuar.
La pobre en su pena, los zapatos blancos,
llorando los besa y los va a guardar,
junto a los primeros zapatitos blancos
que usara su hijita cuando aprendió a andar...