La Conquista de Navarra fue un proceso iniciado en el siglo XII, una vez reinstaurado el reino por voluntad de la nobleza navarra en 1134, con los tratados entre el reino de Castilla y la corona de Aragón, en los que se acordó repartirse el Reino de Navarra, con una conquista parcial para 1200, y que culminó con la invasión completa en el siglo XVI. Posteriormente, la Baja Navarra, que logró revertirla, se mantuvo como reino independiente hasta el siglo XVII, en que su rey pasó a tener también la Corona Francesa e impuso a sus habitantes la anexión, dejando de ser reino a finales del siglo XVIII tras la Revolución francesa. Por su parte, la Alta Navarra, integrada en la Corona de España, dejó de ser reino en el siglo XIX.
Al morir sin descendencia Alfonso el Batallador, rey de Pamplona y Aragón, en 1135, se produjo la restauración del reino de Pamplona por decisión de sus nobles. Tras esta restauración, las relaciones de los tres reinos vecinos fueron de constantes incursiones. En este siglo XI el reino de Castilla y el de Aragón, de forma reiterada, pactaron repartirse el reino de Pamplona, en los que como línea divisoria se marcaba el río Arga. En varias ocasiones estos tratados se firmaron tras incursiones pamplonesas. Con Sancho VI el Sabio hay constancia de que se denominaba ya de forma escrita como reino de Navarra, y entonces se produjeron las pérdidas del señorío de Vizcaya, la Bureba y la Rioja, en parte debidas a la fidelidad cambiante de sus nobles y también por las incursiones armadas del castellano. Al finalizar el siglo, con Sancho VII el Fuerte tuvo lugar la pérdida del Duranguesado, el resto de Álava y Guipúzcoa por invasión de su territorio, aunque en la historiografía hay discrepancia del grado de resistencia o colaboración.
A partir de entonces hubo un periodo de consolidación territorial, con numerosas tensiones internas y, en concreto, el surgido con los reyes de origen francés de las dinastías Champaña y Capeta que no se querían someter a los usos y costumbres del reino, con graves enfrentamientos con los infanzones navarros que les obligaban a ello. En estos conflictos, los reinos colindantes mantuvieron su injerencia política y militar, frecuentemente con alianzas con la nobleza navarra. Los enfrentamientos culminaron con la guerra de la Navarrería en que la ciudad de la Navarrería fue totalmente destruida.
En el siglo XV se dio la división en facciones en una guerra civil, nuevamente con la intromisión de los reinos vecinos, y que llevaron también a la pérdida de la comarca de Laguardia y Los Arcos a manos de los castellanos. Al final de este siglo se situarían tropas castellanas en distintos puntos, que controlaban en la práctica el reino y que fueron expulsadas al comienzo del siglo XVI. En el año 1512 el rey de Aragon Fernando el Católico decidió la invasión definitiva del reino de Navarra, que efectuó a lo largo del verano con relativa celeridad aunque con distintas resistencias. Posteriormente se produjeron varios intentos de recuperar el reino por los reyes Juan III de Albret y Catalina de Foix. La primera en otoño de ese mismo año con ayuda del reino de Francia. La segunda en 1516, sin esa ayuda. Y la tercera y con gran éxito inicial, en 1521, aprovechando el desguarnecimiento del reino por las tropas castellanas enfrascadas en la guerra de las Comunidades de Castilla, en la que se produjo un alzamiento generalizado y la incursión de tropas franco-navarras. La no consolidación de la posición, acudiendo a sitiar Logroño y la rápida restauración del ejército castellano llevó al fracaso, sentenciado en la batalla de Noáin. Posteriormente se produjeron unas resistencias en algunos puntos que motivaron al abandono por parte de los españoles de la Baja Navarra, mientras se consolidaba el dominio en la Alta Navarra.