Te cuentan en Buenos Aires los jardineros con alma,
que a esa dulce viejuchita, que a la loca de la plaza,
le hicieron la plaza encima porque ella está allí sentada
desde mucho tiempo antes que a la plaza inauguraran.
El sol le entibia las manos con pañuelitos naranjas
y en sus párpados hay verjas y hay una luna cuadrada.
Por la noche le revuelven el corazón las estatuas
y su amor hace una suelta de nostalgia enamorada.
La loca tiene la boca llena de niebla y, si canta,
se suicida un organito dramático en su garganta
repitiendo y repitiendo un viejo nombre, a mansalva,
ese nombre que le deja fosforescente la cara.
Los caminitos placeros de lado a lado la pasan
y le pasean por dentro las pibas enamoradas,
entonces le queda toda la chifladura valseada
y baila con el recuerdo del que no vino a buscarla.
Por eso tiene en el pecho glorietas abandonadas
y hay un charquito tristongo que la ve, cada mañana,
enterrar su propia sombra en un destello del agua
dolida y cristianamente, como se entierra a una hermana.
Te cuentan, cuando se encurdan, los jardineros con alma
que por esa viejuchita se han puesto negras corbatas
porque hace mucho, esperando, se quedó muerta sentada,
pero nadie se lo ha dicho a la loca de la plaza.
HORACIO FERRER 03 La loca de la plaza