Levanta la frente. No escondas la cara.
Enjuga tus lágrimas, échate a reír.
No tengas vergüenza, a tu rostro aclara;
¿por qué tanta pena?, ¿por qué tal sufrir?
Ya sé que tu falta será para el mundo
escándalo, risa, placer y baldón;
mas yo soy tu hermano, y al ser juez me fundo
según los dictados que da el corazón.
No es falta la falta de dar luz a un niño:
la ley de dar frutos es ley de la flor...
No peca quien brinda la fe del cariño,
ni es crimen el darse confiada al amor.
Malvado es el hombre que infiere la ofensa;
infame es el hombre que bebe y se va,
y deja en la fuente, la flor y no piensa,
no piensa siquiera que un ser nacerá.
Acércate, hermana; no llores, no temas;
la ley de ser madre es ley natural;
las madres son diosas con santas diademas,
ya cumplan o violen la norma legal.
La madre casada, la madre soltera...
son todas iguales: son una, no dos;
lo nieguen las leyes, lo niegue quien quiera,
¡son todas iguales delante de Dios!
¡No llores, hermana!... Ya ves... te comprendo.
De nada te culpo, mi afecto te doy;
mi casa, mis brazos, mis puños te ofrendo;
del hijo que traes cual padre ya soy.
No temas, hermana; tendrás mis ahorros,
tendrás todo aquello que aquí dentro ves...
Tu buena cuñada me dio dos cachorros;
de cuenta haré, hermana, que ya tengo tres.